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Educación sustentable

Por: Mtro. Alejandro Brizuela García, alejandro.brizuela@udlap.mx

Profesor de tiempo completo del Departamento de Diseño de información de la UDLAP

Foto-Boletin-textura-webHace poco, en uno de mis cursos, pregunté a mis alumnos si trabajarían para un partido político con el que no compartieran los ideales, o para una empresa que supieran que fabrica productos dañinos o para una persona cuya moral y conducta social fueran cuestionables. Más de la mitad de mis estudiantes respondieron que sí. Que chamba era chamba y que la ética de un profesional debía ser trabajar para cualquiera que pagara adecuadamente los servicios ofrecidos. Descubrí que mis argumentos en contra no hacían eco en su visión del mundo porque sus estructuras se habían formado en la familia, en la escuela, en los medios de comunicación y en la interacción cotidiana. Se trataba de estructuras de valores que yo, desde mi tribuna docente, no podía cuestionar. Esas estructuras de valores ampliamente compartidas están fundamentadas en el sistema económico actual que se rige por dos paradigmas básicos: consumo y competencia. Se tiene como alguien exitoso a aquél que alcanza la más alta capacidad de consumo, precisamente porque dentro de las reglas vigentes, es muy competitivo. Evidentemente mis estudiantes desean ser los mejores en su actividad profesional teniendo las mejores cuentas que se puedan ganar en tan competido mercado, pues tener un cliente exitoso los hace exitosos a ellos también.

Sin embargo, este modelo que hemos llevado al extremo, ha provocado un deterioro muy grave de los recursos naturales del planeta, y no permite la convivencia con sistemas culturales distintos ya que impone en todo, el modelo de ganancias y rendimientos, generando a su vez un deterioro cultural. Lo peligroso es que estemos aceptando sin mayor reflexión, la idea de que todo se vale en aras de la libre competencia económica y que todo aquello que no genera ganancias no vale la pena realizarlo. Comenzamos a perder de vista que este mundo está compuesto por personas y no por consumidores, por comunidades y no por entes aislados. Que este mundo es un ser vivo que tiene recursos limitados y que la felicidad no se logra con la acumulación de bienes sino ayudando a que toda la sociedad genere mejores condiciones de vida.

Al terminar la clase seguí pensando en las razones que hacían que mi posición fuera tan diferente a la de muchos de mis alumnos. Pensé en una brecha generacional que reveló mi visión del mundo. Descubrí que los valores que me estructuran me presentan grandes retos como docente y como profesional y que no se trata de cambiar los paradigmas para aceptar la visión dominante, sino de reflexionar sobre las creencias más profundas que establecen nuestra propia identidad. Tal vez en adelante, la pregunta a responder sea ¿qué podemos hacer desde nuestra posición para promover un mundo sustentable que mejore la calidad de vida de la gente, las condiciones del mundo y de toda la sociedad?

 

 

 

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