Capilla del Arte

Buñuel y sus “olvidados”: el fin del Milagro Mexicano

Los olvidados, aplaudida en el festival de Cine de Cannes pero repudiada en su momento en México, es la cinta con la que arranca el ciclo homenaje a Luis Buñuel en los Viernes de Cinexpectativas de Capilla del Arte UDLAP -2 Norte 6, Centro de Puebla.

 A propósito de esta película imprescindible en la historia del cine mexicano y mundial, compartimos la reseña de Christian Moreno Pineda, estudiante de Filosofía y prestador de Servicio Social de Capilla del Arte. Al mismo tiempo, los invitamos a disfrutar de esta proyección hoy viernes 28 de noviembre a las 6:30 p.m. La entrada es libre.

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Los olvidados (1950)

DIRECCIÓN: Luis Buñuel

GUIÓN: Luis Buñuel, Luis Alcoriza, Max Aub, Juan Larrea, Pedro de Urdimalas.

FOTOGRAFÍA: Gabriel Figueroa.

MÚSICA: Rodolfo Halffter, Gustavo Pittaluga.

PRODUCCIÓN: Óscar Dancigers, Sergio Kogan, Jaime A. Menasce

Los olvidados marca el comienzo de la carrera cinematográfica del aragonés Luis Buñuel en territorio mexicano, si bien Gran Casino (1947) y El Gran Calavera (1949) ya habían corrido bajo su dirección, con esta cinta -cuyo tema fue una propuesta del productor Óscar Dancigers- el director español retoma sus inquietudes artísticas volviendo a poner la atención de todo el mundo sobre su persona. Con un argumento nada optimista sobre la vida en los barrios marginales de la Cuidad de México -que entre otras cosas se niega a cualquier dulcificación de la realidad- Buñuel avanza en su viaje de indagación hacia lo más profundo de la naturaleza humana.

Para todos aquellos adeptos al -entonces popular- cine de Ismael Rodríguez, Los olvidados arremete como una catástrofe natural. Su solo estreno suscitó una violenta agitación y censura por parte de la prensa, el gobierno y el público de clase alta. Las incomprensiones y descontento generaron que la cinta no durara ni diez días en proyección, sin embargo un grupo de intelectuales salió en su defensa –entre ellos el teórico cinematográfico André Bazin-. Hasta los primeros años de la década pasada Los olvidados fue una de las pocas películas en ser nombradas Memoria del Mundo por la Unesco, un honor que hasta ese momento solo compartía con Metrópolis (1927) de Fritz Lang.

 Al concluir la década de 1940 la sociedad mexicana entraba en un sueño de modernidad; la Ciudad de México proyectaba una imagen de prosperidad, entre fiesta de salón y danzón quedaban ocultos sus más grandes problemas. La comedia ranchera había dado paso al melodrama de manera generalizada en un intento por llevar al cine mexicano a un nivel internacional. Por otro lado, un verdadero monopolio en la industria cinematográfica se levantaba a través de los sindicatos profesionales y una visión estereotipada de la cultura popular comenzaba a expandirse no solo en México. Justo en este panorama aparece Buñuel con una concepción diametralmente opuesta de la modernidad, poniendo el dedo sobre esa cara oculta de la sociedad que nadie se atrevía a mostrar; desde esas líneas inaugurales en voz de Ernesto Alonso, Los olvidados se niega a la comunión con el modelo de la clase baja existente a partir de Nosotros los pobres (1948): el estereotipo de la resignación, de un grupo marginado que acepta su condición con orgullo, los pobres que sufren pero aun así tiene ánimo de cantar, que desarrollan un sinfín de virtudes a partir de su condición, los pobres humildes, honrados y amorosos.

 Nosotros los pobres ponía claras las conductas deseables e indeseables que una sociedad moderna debía poseer; con una selección musical ejemplar y un elenco de gran simpatía en el publico, esta cinta se convirtió en una especie de instrumento ideologizante, además de colocarse como una de las películas mexicanas más taquilleras.

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[Pie: Pepe “El Toro”, el paradigma de los pobres luchones y resignados. Imagen tomada de Flordeleón.com]

“Las grandes ciudades modernas, Nueva York, París, Londres, esconden bajo sus magníficos edificios hogares de miseria que albergan niños mal nutridos, sin higiene, sin escuela; semilleros de futuros delincuentes. La sociedad trata de corregir este mal pero el éxito de sus esfuerzos es muy limitado…”. Así comienza Buñuel su relato de familias desestructuradas, infelices y sin amor; una historia verídica de aquellos excluidos del sueño de una nación prospera; con su característico uso de los sueños y secuencias oníricas, que en conjunto con la música de Halffter y Pittaluga crean una atmósfera inquietante, se presenta una historia ni de buenos ni malos, una historia de sobrevivencia llena de situaciones violentas, de dominación y explotación. Hace falta comparar a Pepe “El Toro” de Nosotros los pobres con “El Jaibo” de Los olvidados –que ni siquiera conoce su verdadero nombre- para darse cuenta de la distancia entre esas dos concepciones de la pobreza y la exclusión social.

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[Pie: “El Jaibo”, el pobre olvidado, sin nombre y sin estereotipos. Imagen tomada de Observandocine.com]

 En la década de 1990 el director y guionista cubano Julio García Espinoza argumentó que la introducción del neorrealismo italiano en el cine en América a mediados del siglo XX se debía menos a una asimilación teórica que a una invitación a salir a la calle, invitación que de cierta forma Buñuel establece con esta genial película rodada en veintiún días; un hito del cine de corte alternativo a la mirada burguesa del espectador, denuncia social y voz para las realidades silenciadas en la que las palabra de André Bretón toman sentido: “Lo más admirable de lo fantástico es que lo fantástico no existe: todo es real” .

 

 

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