Continuamos con el recuento de los proyectos inspirados por la exposición ¡Ejemplos a seguir! Exploraciones en estética y sustentabilidad.
Toca ahora el turno al relato Tierra, de Enrique Taboada Pérez, presentado de forma oral durante la inauguración de la Muestra de trabajos AD/OPTA & ADAPTA Quinta edición.
Este cuento es un susurro que me dio la tierra cuando en mi pueblo llamado Nanacamilpa, Tlaxcala, no encontré el árbol que me daba sombra; fue asesinado. Es un cuento dedicado a mi abuelo que ahora pertenece a la tierra y me contaba que una tarde se le apareció el corazón del bosque. «¿Donde jugarán los niños?», era su pregunta cuando conoció la ciudad.

Tierra
La era de la Tierra
Y entonces en todo el mundo se libró una batalla. Para el hombre fue la batalla final, para la Tierra fue la batalla más estruendosa, duradera y lastimera que tuvo, siempre muriendo y peleando por sobrevivir.
Los dioses habían puesto al hombre en la tierra para protegerla. Sus pasos le dieron la vuelta al planeta, dejaban huella en el Norte, Sur, Este y Oeste, donde fuera que viajaban. Los hombres se adaptaban a vivir ya fuera en el más fuerte de todos los calores, en la montaña más alta, en las islas más lejanas y en los estrechos imposibles. Parecía que el hombre se adaptaba y tomaba de la Tierra lo que poseía. En un principio al hombre le gustaba dormir debajo del árbol, amaba ver a sus hermanas las estrellas, tenía a la mano la manzana, el pescado, el conejo, el agua que bañaba su cuerpo y daba vida.
Era del metal.
El hombre descubrió el frío del metal que se forjaba en el calor de la flama; lo sacaba del vientre de la Tierra y de los bosques arrancaban los árboles para después consumirlos en el fuego. Fue entonces que la Tierra se dio cuenta que sus hermanos se convertían en enemigos, pero les dio oportunidad de cambiar. Llegaron las guerras, la creación de la moneda y entre las cosas que se vendían y que más valor tenían era su piel, dividida en hectáreas. En ella se sembró, se colocaron casas, palacios, cárceles, templos dedicados a dioses y parques, pero nadie se preocupaba por la Tierra; aún así antiguas civilizaciones danzaban con los pies descubiertos y ella sentía por un solo momento el contacto con el hombre.
Era del petróleo
Y muchas lunas pasaron, llegó la era del progreso y del petróleo. Con dinamita hacían grandes minas y la Tierra solo se dolía. En los mares comenzaron a escarbar, descubrieron los restos de los antepasados que la Tierra guardaba. Ellos lo llamaban petróleo, ella lo llamaba memoria; fue cuando el hombre hacía todo de concreto y se sentía su evolución por las calles tan perfectas llenas de coches, de aviones, de basura. La gente compraba cosas que no necesitaban para después tirarlas, botarlas, como si la Tierra fuera infinitamente gigante, pero no se dieron cuenta de lo infinitamente pequeña y no renovable que es.
Fue cuando pasó el día negro. La Tierra veía la monotonía de las personas cuando sintió un gran dolor, su corazón se estremeció ante aquel sonido estruendoso, la luz cegadora. Era una prueba, un arma matando gente, matando vid. Pasaron pocos meses y la Tierra escuchó el lamento de los hombres, dos bombas atómicas la hacían morir. Esa noche el aire se llenó de tristeza. La Tierra no amaba a los hombres.
Era de la guerra
Fue entonces que la Tierra tomó parte en la guerra, los volcanes comenzaron a eructar fuego, las aguas se volvieron saladas, había tsunamis y terremotos; no había pedazo de tierra en que no se escucharan los lamentos de los hombres, era un lamento de arrepentimiento, pero el tiempo se había acabado. La Tierra cobijó a los hombres de corazón en la tierra, a sus enemigos los dejó hundirse en llamas. Día a día la gente caía por sed, por hambre, el sol acababa con ellos, las cuevas se cerraron, las cosas inútiles que compraron seguían siendo inútiles en el final. El hombre no supo tener un corazón sustentable, el hombre no supo amar a la tierra, se le olvidó que él era de la tierra y no la tierra de él. Las huellas se fueron borrando, las naciones cayeron una a una en silencio, hubo grandes desplazamientos pero esto no salvó al hombre, era su extinción, su final. Lo sabían cuando en medio de la nada los dos últimos hombres de se encontraron, se miraron y lloraron. Ya nada había que hacer.
Era del silencio
La Tierra guardo silenció. El hombre estaba derrotado. El único sonido era el silencio, de la muerte y el aleteo de una mariposa rompiendo el cielo. La tierra guardó la semilla del hombre y se la devolvió a los dioses. Llegarán nuevas eras, pero la era del hombre será inolvidable. Quizás los dioses siembren al hombre en otro planeta donde vuelvan a ser lo que fueron en un principio: “hombres”.
Enrique Taboada Pérez .
*El contenido de este texto es responsabilidad única de su autor; Capilla del Arte lo comparte, cumpliendo con su compromiso de exponer a los creadores de AD/OPTA & ADAPTA al público, el cual está invitado a retroalimentarlos con su opinión.