Por Mtro. Francisco Javier Calleja Bernal
Al estudiar contabilidad se aprende que es un sistema de información que los seres humanos han utilizado a través de los siglos para tomar mejores decisiones. Un sistema que cambia de forma, pero que es útil. No podemos ignorar tres momentos fundamentales de su historia.
El principio
El origen de la contabilidad está entre los años 10,000 y 5,000 antes de Cristo. En ese periodo los habitantes de dos zonas muy claramente determinadas del planeta habían comenzado actividades de agricultura, de cría de animales y de alfarería. Una de esas regiones estaba comprendida entre los ríos Tigris y Éufrates; la otra era el valle del Nilo. Ambas iniciaron lo que llamamos civilización.
Era una época prehistórica, prácticamente no tenemos constancia de comunicación escrita de ideas, palabras o símbolos. Lo único que conservamos son algunos registros contables. Bastones de pastores con marcas que indicaban el número de cabezas de ganado de las que era responsable esa persona. Cuencos de barro con figuras más o menos toscas en su interior, que indicaban los animales que debían cuidarse en un cierto corral. Marcas en las paredes de las cuevas señalando que tan abundante había sido la cosecha ese año. Esas sociedades incapaces de comunicar otras ideas, estaban urgidas de un registro de lo producido, de lo que poseían o de lo que entregaban en forma de trueque a otros pueblos. La contabilidad apareció como satisfacción de una necesidad concreta y práctica.
Alrededor del año 3,000 antes de Cristo los habitantes de ambos valles inventaron un tosco sistema de comunicación gráfica mediante imágenes; estos jeroglíficos no sólo servían para fines sagrados, sino que tenían usos más terrenales, de recordatorio de personajes ilustres, de batallas, de fundaciones y de información financiera.
Tanto en Mesopotamia como en Egipto la necesidad de un registro contable creció junto con las dimensiones de las ciudades, del aparato estatal, del comercio y del número de habitantes. La mayor necesidad de conservar el dato preciso fue del gobernante, quien dispuso de personas especialmente educadas para cumplir con ese cometido. Tal vez una de las figuras más emblemáticas de la cultura egipcia sea la del escriba sentado con las piernas cruzadas, que sostiene una tablilla y un instrumento de escritura. Este hombre consignaba todo tipo de mensajes escritos, entre otros, los tributos entregados por pueblos enemigos, los impuestos pagados por los ciudadanos o lo invertido en las grandes construcciones. El dinero, el comercio y los impuestos eran necesarios, indispensables para la subsistencia de esos imperios.
De los griegos hay pocas referencias contables, en cambio de los romanos se conserva, entre otras muchas, la mención importantísima en el sentido de que el año 325 antes de Cristo se expidió en Roma la Ley Paetelia Papiria que daba valor probatorio a los registros contables, ya que hablaba de que con tan sólo la anotación del nombre del deudor (con su consentimiento) en el Codex del acreedor se consideraba realizada la operación y tenía validez la deuda.
En México
En la América de aztecas y mayas la historia no es diferente y buena parte de lo que sabemos de estos pueblos se debe a códices que representaban, en parte al menos, registros contables. Hace años el eminente contador Eduardo M. Creel revisó el Códice Mendocino para demostrar que no era otra cosa sino un estado financiero que muestra los tributos que debían pagar al Imperio Azteca sus 371 pueblos vasallos. La segunda parte del códice es lo que se llamaba una matrícula de tributos, un documento contable que relaciona a los diversos pueblos vasallos y los respectivos tributos que tenían asignados por Moctezuma y sus antecesores.
El mismo Bernal Díaz del Castillo señala que pudo ver los libros de la renta de Moctezuma, de dónde le traían los tributos del oro y dónde había minas, cacao y mantas. En relación a este documento hay una cuestión relevante, ya que en su época fue solicitado por el rey de España no con fines culturales o históricos, sino para revisar las tasas impositivas que se cobraban a los indígenas y procurar una reglamentación nueva y justa, proporcional a la de la época prehispánica.
Luca Pacioli
El 25 de mayo de 1494 publicó Luca Pacioli la “Summa de Arithmetica, Geometria, Proportioni et Proportionalitá”.
Pacioli fue alumno de Piero della Francesca en matemáticas y en otras ciencias, aunque no en una escuela propiamente dicha sino de manera privada. En 1464, a los 19 años de edad, y ya en Venecia, es contratado como preceptor por una adinerada familia de dicha ciudad. Durante estos años se perfecciona en aritmética comercial y para 1470 está ya en Roma ejerciendo sus funciones docentes. Se sabe que en su juventud trabajó con un comerciante y vivió en casa de otro, como tutor de su hijo y, tal vez allí, captó la necesidad de una obra sobre contabilidad que contribuyera a ordenar las crecientes operaciones mercantiles en la Italia de entonces.
En 1477, a los 32 años, se hace fraile franciscano y comienza una serie de recorridos por diversas ciudades italianas dictando la cátedra de matemáticas. En 1494, publica en Venecia la obra que lo hará pasar a la inmortalidad. La “Summa” está dividida en cinco partes. La primera está dedicada a aritmética y álgebra; la segunda a la aplicación comercial de dichas ciencias; la tercera a la teneduría de libros; la cuarta a los sistemas monetarios italianos y la quinta a la geometría pura y aplicada. La parte de teneduría de libros se divide en ocho secciones, la última de las cuales es la que se refiere a la contabilidad “a la veneciana” y a diversas prácticas comerciales de su tiempo.
En la parte de teneduría de libros se encuentra la primera exposición impresa de la teoría de la partida doble que cambiaba la teneduría de libros de la época y que sería la base de la contabilidad tal como la conocemos hoy en día. Sabemos que Pacioli no había inventado dicha teoría, pero si fue el primero en publicar una explicación y en divulgarla de manera sistematizada.
Es evidente que una de las características fundamentales de este hombre era su dedicación a la enseñanza, por lo cual es valioso que conservemos hasta la fecha la descripción de su didáctica, ya que él mismo decía comenzar explicando siempre lo más difícil para luego pasar a lo fácil y práctico.
En 1496 Ludovico el Moro lo llama a Milán donde trabaja por primera vez junto a Leonardo Da Vinci y a un grupo de intelectuales que formaban la Academia de esa ciudad; muerto el Moro, Luca y Leonardo van a Florencia, donde comparten experiencias, trabajos e incluso la misma casa. Se dice que Da Vinci era poseedor de uno de los ejemplares de la primera edición de la Summa, el cual había leído con gran interés y recomendaba. Da Vinci explicaba matemáticas a Pacioli y el monje le explicaba contabilidad.
Con otras herramientas y en condiciones diferentes pero la contabilidad sigue siendo útil e informando y continuamos enseñándola aquí en la UDLAP.
Si quieres saber más sobre temas contables consulta: http://visionfinacieradefranciscocalleja.wordpress.com/