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La acera como germen de urbanidad

Dra. Astrid Helena Petzold Rodríguez

Profesora del Departamento de Arquitectura UDLAP

astrid.petzold@udlap.mx

Reconocer al ser humano como centro de las ciudades es hacer antropocéntrico el diseño de éstas. En la medida que se entiende a la ciudad como prolongación del hombre, el diseño de ésta establecerá un diálogo con el hombre y sus diferentes necesidades.

Cuando se piensa en cómo hacer ciudades más humanas, especialmente en América Latina donde más del 80% de la población vive en ellas, se debe pensar en cómo humanizar nuestras calles: «entre el 25% y 30% de la superficie de las ciudades está constituida por calles, que son a la vez el espacio público por excelencia y un elemento fundamental de movilidad (…). Y la movilidad es un derecho que abre camino hacia otros derechos básicos: la educación, el trabajo, la vivienda, etcétera» (Borthagaray, 2009).

Uno de los grandes problemas en las ciudades latinoamericanas no es su expansión, sino la manera en cómo se hace ciudad. Existe una ausencia de espacialidad pública de calidad, con una prevalencia del interés particular sobre el colectivo, lo cual erosiona las posibilidades de construir lazos sociales.

Se debe entender que hacer espacialidad pública en América Latina inicia, en buena medida, por construir aceras: el acto por excelencia de mayor urbanidad en América Latina. Es en la acera que se inicia el espacio público: es un hecho colectivo porque la ciudad es un acto colectivo.

En consecuencia, resulta fundamental comprender que: hacer ciudad inicia por recuperar el espacio público peatonal –las aceras–,sus dimensiones, escala, acabados, mobiliario, la ubicación de los vendedores ambulantes, de los automóviles, de las bicicletas, entre otros. Caminar también necesita de su propio espacio adaptado.

Así, la búsqueda de una mejora en la calidad del espacio urbano debe estimular la forma de desplazamiento más natural: ir a pie (forma de desplazamiento que ofrece mayores posibilidades de encuentro con otras personas). En la medida en que se internalice que hay que valorar y cuidar más lo colectivo sobre lo individual, mejorará la calidad de vida de los habitantes de las ciudades.

Es en el espacio público urbano donde las diferencias desaparecen: todos somos iguales. Por eso es fundamental construir espacios con urbanidad para todos, que sean compartidos por diferentes grupos de personas, con gustos e intereses distintos; donde convivan distintos medios de transporte y movilidad; donde exista pluralidad de usos (vivienda, comercio, oficinas, cultura, ocio); donde se experimente el encuentro con el otro, lo diferente; donde sea posible la negociación y, ¿por qué no?, el conflicto.

La calle, la ciudad, somos nosotros. Seamos corresponsables de hacerlas más humanas.

Referencia:

Borthagaray, A. (2009). ¡Ganar la calle! Compartir sin dividir. Buenos Aires: Ediciones Infinito.

 

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