Capilla del Arte

Reflexión sobre la visión del arte desde Jacques Maquet y Octavio Paz

A propósito de las actividades en Capilla del Arte UDLAP del coloquio Se acabó el centenario: lecturas críticas en torno a Octavio Paz en días pasados, y como parte de las reflexiones constantes a las que invitamos al público en nuestro programa Así lo dijo Duchamp, compartimos este artículo de Ana Renée Hernández, egresada de Humanidades UDLAP y locutora de la mencionada edición que transmitimos todos los martes de 8 a 9 a.m. por el 96.9FM, Radio BUAP – www.radiobuap.com

 Reflexión sobre la visión del arte desde Jacques Maquet y Octavio Paz

Lic. Ana Renée Hernández

anar.hernandezg@yahoo.com 

Abstract

Los textos consultados de Maquet y Paz plantean dos modos muy distintos de pensar el arte, se podría decir que son casi opuestos. Mientras que Maquet propone una visión poco convencional, Paz se atiene al discurso oficial. Ambas visiones son válidas, pero al tratar de esclarecer un concepto tan complicado como el arte es necesario verlo desde dos puntos de vista. A partir de estos dos autores, se pretende entender qué modo de pensar es más “válido” universalmente y porqué, así como analizar qué hace que un objeto sea considerado arte.

 La experiencia estética de Jacques Maquet

En una visión antropológica del arte, Jacques Maquet (1919-2013) comienza con una gran ventaja: ver al ser humano como un todo. Cada una de sus creaciones, actividades y representaciones de la realidad son parte de este todo por lo que, partiendo de esta visión global, es más fácil entender que el arte no sea sólo la expresión de las emociones sino que es una parte esencial del hombre que va mucho más allá de querer plasmar la belleza.

 Maquet plantea que, si todos los seres humanos somos biológicamente iguales, entonces no se debe pensar el arte como algo exclusivamente occidental. Esto remite al tan conocido ejemplo de la máscara africana cuyo destino es efímero en su lugar de origen, pero que sacada de su contexto se convierte en una pieza museable, en un objeto artístico cuyo destino será la conservación y exhibición. Maquet comenta, a propósito de su libro Introduction to Aesthetic Anthropology (1979), que el arte “estaba en la construcción mental acordada por un grupo de personas” (21); este grupo de personas suelen ser occidentales que dictan las tendencias en el arte[1]. Sin embargo, el arte como cualquier otro lujo, tiene tendencias y estas tendencias cambian con el paso de los años, por lo que es natural esperar que los “estilos” evolucionen y respondan a necesidades sociales propias del momento de su creación. En otras palabras, sería absurdo esperar que alguien siga pintando con un estilo manierista en pleno siglo XXI.

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 En La Experiencia Estética, el antropólogo belga habla del arte como “una categoría explícita en el lenguaje común de la gente” (28). Sería egoísta esperar que todas las culturas tuvieran la palabra “arte” en su vocabulario y que para todos tenga el mismo significado (29). En realidad, sólo los occidentales y los pueblos conquistados por europeos –entre ellos México- entienden por arte el conjunto de expresiones plásticas que están, en cierta medida, relacionadas con la belleza. Los pueblos musulmanes, por ejemplo, no entienden del tratamiento de la figura humana propia del Renacimiento italiano, así como un mexicano no comprende el valor matemático tan importante en las decoraciones religiosas musulmanas.

 Maquet apunta también a la cualidad artística de los objetos impuesta por los conquistadores (Ibíd.), es decir, existen ciertos objetos que no fueron creados como “arte” pero que fueron considerados como tal al ser sacados de su contexto (ver nota al pie 1). Por ejemplo, una pieza prehispánica cuya función era ser parte del sacrificio humano y después ser desechada, era extraída por el conquistador europeo y apreciada como un objeto exótico, raro y, claro, coleccionable, sin entender del todo el trasfondo religioso y cultural de dicha pieza. Esta reflexión dará paso a lo que el autor considera un “objeto artístico”, es decir todo aquel que esté hecho bajos las técnicas clásicas de pintura o escultura (34). Es importante hacer notar que al llamarle “artístico” a un objeto no sólo se le está calificando, se le está jerarquizando dado que nunca se pensará que un objeto artístico esté al mismo nivel que un electrodoméstico (con la única excepción del dadaísmo que lograba equiparar objetos de uso cotidiano con objetos artísticos). Pero en lo que concierne a Maquet, el objeto de arte es aquel que se exhibe en los museos y se vende en las galerías (35), lo cual apunta a uno de los criterios del autor para saber qué es arte y qué no: la localización y el valor artístico. El problema surge, como muchos adivinarán, cuando se asume que un objeto es arte sólo por estar en un museo o en una galería sin pensar que la localización es el valor artístico. Maquet diría que el hecho de que un objeto esté en un espacio artístico no le otorga valor artístico.

 La reflexión anterior es pertinente por la visión de Maquet como antropólogo ante la conducta de los visitantes de un museo, quienes deducen que la finalidad de ese objeto es la de ser contemplado (38). El problema que encuentra el autor es simple, ¿qué sucede con los objetos cuya finalidad era otra más que ser contemplados? Existe un “arte por destino” y un “arte por metamorfosis” (39) que podría venir de descontextualizar ciertos objetos; pero esto no quiere decir que la descontextualización sea mala o que afecte a la pieza ya que “ha de construirse una nueva realidad para que estos objetos cobren sentido para la gente que vive en la sociedad en la que se introducen.” (Maquet, 43) ¿Qué otra cosa sería la máscara africana en nuestra sociedad si no arte?

 En el tercer capítulo “La visión estética” del libro La experiencia estética, Maquet abre la ya tan conocida discusión sobre lo “bello”, pero resolviéndolo de una manera muy elegante diciendo que lo bello es la experiencia visual (51). Esto nos llevará al tan escabroso tema de la estética y la percepción. La experiencia visual es algo, netamente, sensible; la percepción también lo es pero no se queda en lo sensible. Hay formas muy complejas de aparecer en los objetos artísticos y muchas de ellas no son bellas y por eso crean estados mentales igualmente complejos, porque mueven sentimientos difíciles de objetivar. Maquet se quedará con la misma definición que Kant, “los objetos estéticos estimulan una visión total desinteresada.” (54)[2] En resumen, un objeto bello no es necesariamente arte (59).

 No es de extrañarse que Maquet regrese varias veces a conceptos originales de Kant. Uno de ellos es la universalidad de la experiencia estética. Esta universalidad no quiere decir que a todos les parezca bello el mismo objeto, sino que existe una tendencia a escoger estos objetos [3] sobre otros. Sin embargo, Maquet planeta un problema muy interesante: de ciertas culturas silenciosas quedan únicamente colecciones de artefactos de uso cotidiano, pero que se supone revelan una “preocupación estética” dentro de una cultura que muy probablemente no conocía el término de estética. El autor propone el ejemplo de un cuenco que era utilizado para comer pero que tiene un adorno de animales en el borde, para el esteta occidental es natural pensar que este adorno era parte de la preocupación estética del pueblo sin considerar, a veces, que quizá fuera un simple adorno.

 Los privilegios de la vista de Octavio Paz

El conflicto que muestra el texto de Paz es, precisamente, la glorificación del sentido de la vista como el único mediante el cual se puede percibir el arte.

 El primer capítulo “El uso y la contemplación” de Los privilegios de la vista habla sobre las artesanías, bellas porque son útiles: “su belleza es inseparable de su función” (Paz, 203); sin embargo, como ya se ha apuntado con Maquet, este tipo de objetos no fueron concebidos con una “preocupación estética”, sino que han ganado su valor artístico al ser sacados de su contexto original. En este punto es pertinente hacer mención de la diferencia que encuentra Mikel Dufrenne entre el objeto artístico y el objeto de uso. En Fenomenología de la experiencia estética Dufrenne hará una distinción importante entre el objeto estético –la obra de arte- y el objeto usual o de uso; si bien apunta que los objetos de uso pueden ser bellos cuando cumplen plenamente su función esto no los hace necesariamente estéticos. Por supuesto que Dufrenne toma el caso particular de las artesanías aclarando que en tales objetos “la calidad estética no se mide por su utilidad […] si el objeto es primeramente estético y sólo útil por añadidura, el uso que eventualmente hagamos de él no debe alejarnos enteramente de la percepción estética […]” (Dufrenne, 134). Naturalmente, Dufrenne le da la razón a Paz, en cierta medida, pero más adelante el filósofo francés aclarará que los objetos de uso no pueden ser objetos estéticos ya que en estos últimos hay una percepción desinteresada, cosa que no ocurre en el objeto de uso ya que el gesto mismo condiciona el tipo de percepción que se tenga de él.

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Pie: Octavio Paz (1990) de Alberto Gironella. Colección de Arte UDLAP

 La importancia que Octavio Paz le da al sentido de la vista sirve para justificar su tesis de que “el arte es cosa de los sentidos” (206). Es claro que la percepción es un acto sensible, pero no es un acto exclusivo de la vista dado que se dejaría de lado la música. Del mismo modo, hay todo un mundo histórico que se construye con la obra.

 Paz hace una comparación importante entre el objeto industrial –o producido en masa- y la artesanía, apuntando que el primero pierde su valor estético por ser producido con el único fin de ser útil, mientras que la artesanía, además de ser útil, es bella (208). Ya se ha aclarado que Dufrenne le concedería este punto a Octavio Paz, sin embargo la finalidad de la artesanía no es la preocupación estética, es la utilidad y su valor artístico –de haberlo- radica precisamente en el gesto. Esto lleva a la reflexión previa de Maquet sobre la descontextualización de ciertos objetos: una vajilla de talavera hecha a mano con la técnica original tiene una cierta carga estética que puede radicar ya en la mano de obra, en el tiempo que se le dedicó a su elaboración o en la técnica, pero fue creada con el simple fin de ser usada como vajilla (y en este sentido daría igual comer en una vajilla de talavera que en una hecha en China). ¿Qué sucederá, entonces, cuando esa vajilla sea sacada de su contexto y considerada un objeto artístico? Sucederá lo mismo que sucedió con Duchamp y el dadaísmo: la descontextualización otorgará al objeto un importante valor estético y artístico, dejando de lado que haya sido o no un objeto de uso. En este caso, también daría lo mismo descontextualizar un vajilla de talavera que una vajilla hecha en China.

 Finalmente, la reflexión de Paz concluye con llamar a la artesanía el arte “al alcance de las manos” (217) porque la “gran obra” o la obra maestra es la que está en el museo, es la pieza intocable que debe ser admirada y estudiada.

 Conclusión

Lo más difícil de conciliar entre las dos posturas es que Maquet cuestiona demasiadas cosas mientras que Paz da por sentado que la definición de “arte” es de uso común y todos saben qué es arte. Es ahí donde está la diferencia más grande: Maquet se ha despegado del discurso oficial para preguntarse qué hace a un objeto arte, quién o qué le otorga su valor artístico; Paz ya ha dado por sentado que el arte es aquel que se expone en los museos.

 Es universalmente aceptado que los museos y las galerías exhiben arte, pero a partir de la ruptura presentada por el readymade se ha acusado al arte de “sacralizar” casi cualquier cosa que esté en un museo. Un poco de distancia histórica ha dejado ver que el arte contemporáneo tiene su valor estético no sólo en el concepto, sino en el tipo de horizonte que abre ante nuestra percepción. En palabras muy simples: no se trata de qué objeto nos presente la pieza, sino de lo que ocurre en la percepción del espectador cuando se enfrenta con el objeto.

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Pie: La fuente de Marcel Duchamp. Foto: D.P.

 Bibliografía básica

Maquet, J. La experiencia estética, Ediciones Celeste.

Paz, O. Los privilegios de la vista, FCE, México, 1987

 Apoyos bibliográficos

Dufrenne, M. Fenomenología de la experiencia estética, 1982.

Kant, I. Crítica del juicio, PDF

[1] Ya Haskell menciona en Patronos y pintores cómo un puñado de pontífices dictaban las modas en el arte. Este tipo de tratamiento del arte como una moda se ve principalmente en occidente, y más característicamente a partir de los grandes saqueos que, posteriormente, formaron las colecciones del Louvre, el British Museum o el Hermitage.

[2] Es importante hacer una breve acotación. Al hablar de “desinterés”, en el sentido kantiano, se habla sencillamente de que la percepción del objeto estético no tiene un fin en sí (afinidad afín sin fin para Kant). En términos más simples, el observar una pintura de Degas no tiene mayor finalidad que la del goce estético, hay un desinterés porque los sentimientos que genera la percepción son libres y no persiguen ningún fin concreto.

[3] Kant también aclarará en Crítica de la facultad de juzgar que la universalidad del juicio estético refiere a la aceptación del prójimo de que algo es bello.

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