Los saberes pedagógicos ¿alguien los ve?
Por: Dra. Bertha Salinas Amescua, bertha.salinas@udlap.mx
Profesora investigadora del Departamento de Ciencias de la Educación
¿Por qué hablar de los “saberes pedagógicos” y su aporte a la construcción de modelos educativos innovadores que surgen en lo local?
Nos han acostumbrado a ver la educación escolar como algo homogéneo. Los programas y los contenidos curriculares se conciben como algo que debe “bajar” a los alumnos con un mismo método de enseñanza. La capacitación docente también es uniforme y se diseña lejos de las realidades cotidianas de las escuelas. Los medios nos muestran un “rostro masa” de los maestros proyectando una imagen devaluada. La calidad de la educación se ha reducido a un indicador medido por resultados de pruebas estandarizadas. Esta manera de ver lo educativo proviene de un paradigma de la uniformidad que permea a nuestra sociedad. Este paradigma niega la diversidad, la complejidad y los contextos culturales, conceptos centrales del nuevo pensamiento social.
La diversidad se manifiesta, por ejemplo, en las múltiples formas en que cada educador trabaja adecuándose a las condiciones de sus alumnos, de su grupo y a su propia experiencia. Aunque todos deban “cumplir el programa” hay siempre una recreación propia. La investigación educativa ha estudiado este fenómeno bajo el término “saberes pedagógicos”. Me inspiro en los trabajos de colegas colombianos y franceses ocupados del tema. Se trata de un saber reflexionado, con aspectos teóricos y prácticos que surgen de la práctica cotidiana del maestro. Estos saberes tienen cuatro elementos: disciplinar, didáctico, contextual y ético, y en todos estos el educador aplica pero también adapta, construye y crea.
La complejidad, la variedad de contextos y la desigualdad, ha llevado a los docentes rurales a crear alternativas novedosas hacia una escuela útil para la vida, que se sustentan en los saberes pedagógicos. En la base social, existe un laboratorio interesante de propuestas que vinculan el estudio con la producción y el trabajo; que incluyen los saberes comunitarios de los abuelos, que forman mentes investigadoras a partir de problemas cotidianos de los niños, que elevan la autoestima cultural y étnica, que fomentan una participación auténtica (no simulada) de los padres de familia y que educan en la responsabilidad mediante la toma de decisiones en el salón de clases.
Es preocupante que los saberes y los modelos emanados de la experiencia y de contextos reales sigan invisibilizados. Grandes programas de cambio y reforma han fracasado por ignorarlos, amplia investigación lo demuestra. Si los investigadores, las universidades* y las autoridades apoyaran a los equipos docentes para que recuperen sus saberes y sus propuestas educativas, tendríamos bases firmes para redefinir la escuela rural mexicana.
Mirar y analizar la diversidad de maneras de enseñar en la pobreza es un camino para emitir opiniones más sólidas sobre la educación nacional y sus docentes.
* Un esfuerzo de investigadoras de la UDLAP, se presenta en el libro Espejo colectivo.