Del incidente
Por Lucas Montiel
No se podría decir que mi mujer y yo habíamos vuelto a discutir. No sé si alguna vez lo hicimos en el sentido exacto de la palabra. El duelo es un proceso que, digamos, genera una actitud que conllevaba irremisiblemente al griterío. Nunca realmente se discute, solo se vive una de las tantas terquedades humanas como puede ser la melancolía. Uno aprende eso con el tiempo. En la universidad en cierta ocasión tuve una charla con un amigo sobre los significados de viajar (en ese entonces sinónimo de intercambio académico). La conclusión era que uno terminaba resolviendo la crisis de la adolescencia. Es decir, que uno nunca termina de conocerse, de manera genuina digamos, hasta que se ve a sí mismo en las fauces de la vida desolada e independiente. Uno hace cosas, reacciona de manera irremediablemente auténtica ante todo tipo de situaciones. Pues bien, mi mujer y yo hicimos muchas cosas durante este proceso que, en ese entonces y todavía, para mí sobrepasaban el borlote de cualquier viaje. Esa vez ella simplemente dejó de gritar. Desapareció unos momentos en la habitación mientras yo me estrujaba la cara en un sillón de la sala y pensaba en lo último que me había dicho, en nuestro instinto (o el del mundo entero) de tornar afanosamente todo personal. Yo, por ser físico, nunca podría entender a las personas. Veo el mundo en fórmulas y probabilidades, en masas amorfas que determinan nuestras reacciones al dolor. Que yo y mi familia de todas formas siempre fuimos muy rigurosos e inflexibles, que yo tenía un corazón de piedra todo el tiempo y que, cuando no, optaba por reírme de todo como sus pinches alumnos. Después yo le dije algo sobre su familia y su (a mis ojos en ese entonces) abyecta y poco conveniente costumbre de irse de campo cada vez que tenían un problema. Pensamos diferente, somos muy diferentes ante los problemas. Después de eso salió de la casa. Yo permanecí un rato en el sillón. Encendí la tele. Fui a la habitación y me recosté en la cama y me dediqué a hacer lo que uno hace cuando termina solo en la cama sin la premeditación de dormir: miré el techo, después miré mi buró y después el de mi mujer, en donde vi un bonche de papeles. Cada noche, durante el último mes, se había dedicado a tomar uno e intentar darle una leída. Lo que ocurría era que hacía unos cuantos tachones, como si se tratara de un acto delictivo, un error al que no podía evitar imponer autoridad. Después suspiraba, se ponía ambas manos en la cara y se dormía. Todo lo que yo sabía al respecto era que la habían elegido como parte del jurado para un concurso de ensayo estudiantil. Pues esa noche tomé uno al azar, con muchos de esos tachones irreprimibles, y leí:
“Una de las cosas que amo de mi universidad es que tiene muchos baños. No solo eso, sino que tiene además baños para discapacitados. Eh estado en otras universidades en el extranjero, y creo que nunca se puede entender bien a una hasta que no se pone atención a sus baños. Por ejemplo, estudié un tiempo en una Universidad de Oregón. Mi primo (que estudiaba ahí) me dijo muchas cosas el primer día, pero no insistió en nada tanto como en que nunca fuera al baño. Ni siquiera tuve que preguntarle porque. Los baños eran tan horribles que al hablar de ellos se tenia que decir todo de un solo: “nunca vayas a los baños, están horribles.” Es un hecho que nunca había nadie ahí, y que solo iba cuando me era absolutamente necesario. Al menos en mi caso, esto provocó que nunca me saliera de las clases. Al regresar aquí volví a mi antigua costumbre: al momento de aburrirme en una clase iba al baño, espacioso y limpio, y me quedaba ahí viendo mis chats en el celular, siempre con gente a ambos lados haciendo lo mismo. Al terminar de orinar (porque solo eso se va a hacer, incluso los hombres yo diría) pasaba a los lavabos (espaciosos y limpios) y me dedicaba a peinarme con calma y lavarme las manos las veces que fueran necesarias para ello. Muchas veces llegué a lavarme los dientes y a estudiar minutos antes de un examen en los baños también. Los baños de aquí no solamente son atractivos, sino que están muy cerca siempre. En Oregón, si uno se atrevía, habia que caminar quilómetros para llegar a uno. Como si hubiera igual que una facultad de Medicina o de Derecho una facultad de Baños. Un lugar en donde, si uno llegaba, encontraba todos los baños de la universidad. Me gusta que aquí haya baños en todas las facultades y además en todos los pisos y además para gente con discapacidad. Los baños hacen pensar en las personas que los usan, y me gusta pensar que mi universidad piensa en muchas personas. Esto me hizo pensar en muchas cosas. La universidad significa diversidad, pero al mismo tiempo no. Esto empieza desde la idea misma de universidad que todos nos hacemos en la prepa. Todo el mundo está entusiasmado porque “vas a conocer a muchas personas”, pero al mismo tiempo hay quien se emociona porque “va a conocer a gente como él o ella”. La universidad significa conocer a personas diferentes a ti pero también lo contrario. Si antes todos éramos distintos por ser simplemente personas, ahora todos lo somos por pertenecer a facultades distintas. Probablemente lo que más llega a dar problemas es llegar a un acuerdo, todo el mundo habla desde su área. Probablemente uno nunca encuentra tantos motivos para decir que una persona es distinta, desagradablemente distinta, que cuando es universitario. Si la razón no es que use tal tipo de ropa, escuche tal tipo de música, valla a tal lugar, hable de tal forma o valla a tal baño, es porque estudia Finanzas y Contaduría o Teatro. Pensé en el trauma que para muchos, o para todos, puede significar la universidad si se piensa así. Por ejemplo, en primaria y hasta bien terminada la prepa se nos enseñan cosas generales, se aprenden cosas que tienen que ver con lo más importante de todo lo que existe y se nota desde los mismos nombres de las materias como Español, Matemáticas, Ciencias Naturales o Historia. Las clases en la universidad tienen nombres que parecen de alguna clase de tornillo o algún neumático. Tengo un amigo que lleva una clase llamada Desarrollo organizacional: intervención micro y macro en la sociedad contemporánea, otro que toma algo así como La intervención pericial en el procedimiento penal de los países asiáticos, yo llevé Literatura española del siglo XVIII o XIX hasta nuestros días. Creo que esto ocurre también con los profesores. En primaria y prepa nos tratan como personas universales, normales. Estamos aprendiendo lo que todos deben aprender. En la universidad ya no se trata a los alumnos como personas, sino como tipos de persona. Cuando un profesor está en una clase de tronco común, por ejemplo, está todo el tiempo filtrando lo que dice. O sea que si puede va distribuyendo sus enseñanzas para los futuros abogados, diseñadores o literatos que tiene en su salón. En la universidad pueden ocurrir cosas muy muy raras si se piensa desde toda la educación que hemos llevado hasta el momento. Un profesor puede decirle a un alumno que el hecho de que se encuentre en tal clase puede ser un error. O sea, que uno puede equivocarse al elegir llevar una clase. Que uno puede no pertenecer lo suficiente a lo que esa clase enseña como para llevarla. Esto tiene su contraparte en nosotros los estudiantes. He tenido compañeros que sin ninguna dificultad deciden no poner atención a una clase porque dicen que ella no les pertenece, a ellos o a su área. A mí me gusta mucho escribir, pero mis amigos y amigas de la carrera me ven raro. En la prepa todos debíamos escribir. Aquí es raro que escribas si estudias una ingeniería. Esto nos hace pensar en la palabra misma de “universidad”, en que es más bien cuando se entra a ella que se deja lo que es en serio universal. Todos nos empezamos a acostumbrar a llevar una línea y todo lo que se aleje de esa línea empieza a darnos asco o miedo. Me pesa el aliento cuando tengo que decirle a mis amigos de otras carreras que voy a mi clase de Ecuaciones diferenciales en los balances termodinámicos de alimentos, no solo por el nombre, sino porque en verdad se les nota el espanto en la cara. Las universidades también suelen tener un enfoque o una carrera que por muchas razones termina siendo más importante que otras. Hay universidades con más actividades para artes, otras para negocios, otras para sociales, otras para ciencias. Puede ser que sea inevitable que alguna de las áreas termine con menor atención que las otras en toda universidad. Otra cosa en la que puede pensarse es que la universidad ayuda a ampliar nuestra cultura porque es un contacto con estudiantes extranjeros. No sé como funcione esto en otros lados, pero al menos tengo la idea en este momento de que este punto tampoco es muy cierto o al menos es complicado. Uno puede conocer estudiantes extranjeros en una clase si tiene suerte (como ha sido mi caso), pero si no se tiene suerte lo único que significan los estudiantes extranjeros son pequeños grupos de franceses o chinos que uno ve caminando por ahí. No sé si me doy a entender: es más el contraste y la diferencia que se siente al verlos caminar juntos que la empatía o los lazos. Es más un choque que una unión, me parece así. No creo que todo esto sea bueno o malo en las universidades, solo creo que es así.”
Me sorprendí leyendo uno tras otro durante el resto de la noche. En los segundos en que cambiaba de papel pensaba, con toda la brevedad de esos segundos, en mi empecinamiento por seguir leyéndolos. Tenía una única explicación plausible: el placer no tenía en absoluto que ver con lo que decían, sino con el devaneo de palabras que tejían un perfil o una cara. Me topé con un texto que constaba solamente de un párrafo de siete líneas y un título, El incidente. Consistía, si la memoria no me falla, en un pequeño y más bien deficiente chiste entre miembros del personal universitario. Quizá una hora o poco más después de que terminara de leer mi mujer regresó a la casa. No hablamos de a dónde había ido, ni de lo que yo podría haber hecho en ese tiempo. Después de unas palabras efímeras encaminé la plática hacia su trabajo en la universidad, llegamos con lentitud hasta los ensayos que se veía forzada a leer. Le dije que había leído unos cuantos. Hablamos de ellos, de los que yo, sin ser nada cercano a un experto, podía considerar una bazofia. De los que cualquier persona en su sano juicio podía hacerlo. De los pésimos chistes, del derroche de preposiciones y acentos. De algunas ideas buenas y otras tan cósmica y universalmente malas. De los estudiantes en general, de la gente en general. Después de la muerte de nuestra única hija.
1° lugar del quinto concurso de ensayo estudiantil, Eric Josué Ibarra Monterroso, Estudiante de la Licenciatura en Literatura.
[wzslider]
Descarga el PDF aquí.