El buen teatro nunca nos da la espalda
Por: Mtro. José Raúl Cruz, joser.cruz@udlap.mx
Coordinador de la Licenciatura en Teatro
El teatro pertenece a los fenómenos del mundo contemporáneo. A través de sus discursos se filtra en los sentimientos colectivos de los mundos que conforman nuestro mundo. Un errático personaje de la vida se sostiene por el espacio temporal de una representación y consigue despertar el interés del espectador y divertirlo, mientras recibe similitudes de su carácter y descubre la reinvención de su propio yo a través de un actor.
Así es el instante irrepetible que nos devuelve el teatro. Es la misteriosa posibilidad de ver el espacio mental de nuestras vivencias transferidas y reinventadas en situaciones espectaculares divertidas, electrizantes, jocosas, explosivas, inmateriales y que, por último, son capaces de generar el goce y de remover nuestra simple e ingenua visión de las cosas.
Esto es el teatro: la experiencia de retomar por un instante nuestra inteligencia y apartarla de la cosificación de la rutina diaria; sobrevolar con una comedia de Molière que nos coloca al verdadero tonto en su justa medida: el ridículo. Nos aventura a discernir el sinsentido de nuestras conductas y nos sirve el banquete espectacular de un divertido muestrario de lo que anda bien y mal en nosotros; ideas debatibles en medio de un disfrute colosal.
El teatro, el buen teatro, nos invita, nos acerca. Nunca nos da la espalda y constituye una de esas pequeñas certezas que tienen los seres humanos de no encontrarse tan solos como a veces lo imaginan.
“El teatro es el espacio de lo vivo frente a lo vivo, donde se reúnen personas de una misma época para compartir experiencias”, asegura el dramaturgo de origen libanés Wajdi Mouawad, reinventor de la tragedia moderna. Sus exitosas piezas incendian al ser humano con preguntas. En México, talentosos artistas han llevado a escena la formidable trilogía del libanés, potenciando con ello la presencia de un arte escénico que permite al espectador vibrar con los acontecimientos de su época.
Despertar en nuestras comunidades el goce por el teatro nos va a involucrar en una aventura lúdica que puede mover nuestra mente a territorios que no solemos explorar, pienso en el impacto de compartir el arte que nos ofrece con todo su cuerpo un actor, motivando todo el tiempo estados pertinentes, trasmitiendo emociones, generando una atmósfera especial, un contacto creíble, profundo e inolvidable de la representación.