El arte nacido de la Gran Guerra
Mtra. Laurence Le Bouhellec
Profesora de Tiempo Completo de la Licenciatura en Historia del Arte y Curaduría.
Este año 2014 ni siquiera había empezado a desarrollar la cuenta de sus días que, en el viejo continente, dos de los principales países involucrados en los sucesos de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) ya habían empezado a ejercer su deber de memoria publicando libros, organizando coloquios, revisando archivos y materiales fílmicos censurados en aquel entonces. Si bien la revisión, a un siglo de distancia, de los meros hechos consignados por la historia no deja de presentar su debido interés, la peculiaridad de este gran conflicto del siglo pasado no proviene solamente del uso de nuevos tipos de armamentos y equipamientos o de los años de guerra de trinchera sino también del muy específico impacto que aquel conflicto tuvo en la producción artística. Por un lado están, claro, los miles y miles de pequeños objetos entre los que destacan abrecartas, crucifijos, plumas, anillos entre los más preciados, elaborados con los más diversos materiales extraídos de los cercanos campos de batalla y comúnmente clasificados como artesanías de trinchera, muchos de ellos todavía presentes en una que otra caja de recuerdos familiares y vitrina de museo. Pero si la Gran Guerra propicia el arte del reciclado, ha estado también íntimamente ligada a la eclosión de ciertas propuestas de las vanguardias históricas europeas. Pensemos por ejemplo en el movimiento futurista italiano, en particular en la poesía o la música futuristas que pronto decidieron incorporar a su repertorio de sonidos, ruidos de armas específicas y motores, incluyendo todo tipo de gritos. Sin olvidar el Departamento de Defensa francés que no duda en reclutar pintores y artistas de la escenografía para desarrollar técnicas de camuflaje bélico; de por si es a un paisajista francés: Lucien Victor Guirand de Scevola a quien se considera inventor del camuflaje militar.
De manera general, al revisar los testimonios de los artistas que vivieron la Gran Guerra, no cabe la menor duda: desde aquel espectáculo dantesco que presenciaron, se fue generando un nuevo tipo de experiencias afectivo-sensibles que bien pareciera rayar de repente en lo comúnmente asociado a lo místico o a lo irracional. Dicho en otros términos, los acontecimientos de la Gran Guerra abrieron la puerta sobre otras facetas del mundo hasta ahora conocido de las experiencias sensoriales y vivenciales, experiencias que el poeta Guillaume Apollinaire pronto bautizaría como surrealismo, un término que tendrá larga vida como bien sabemos una vez que el médico-poeta André Breton decidirá promocionarlo a su manera. Pero en términos del pintor Fernand Léger: “No hay más cubista que una guerra como esta que te divide de manera más o menos limpia a un tipo en varios pedazos y te los manda a los cuatro puntos cardinales.” ¿Surrealista? ¿Cubista? Poco importa el término o el juicio finalmente; basta con recordar aquellas palabras de Walter Benjamin: “Dentro de largos periodos históricos, junto con el modo de existencia de los colectivos humanos, se transforma también la manera de su percepción sensorial.” No hay duda: la historia continuará y el arte seguirá encontrando nuevas