El siglo de Juan Caramuel y Lobkowitz
Ricardo Pérez Martínez
Profesor de tiempo completo en el Departamento de Letras, Humanidades e Historia del Arte de la UDLAP
En el siglo XVII surgieron individuos de un saber universal, tales como Descartes, Spinoza, Leibniz y, por supuesto, Juan Caramuel y Lobkowitz. A este último presentamos aquí con las mismas palabras que abren un ensayo nuestro Anamorfosis e Isomorfismo. De la retórica oblicua a la recta lengua universal en Juan Caramuel y Lobkowitz: «De nacionalidad española e inteligencia poliédrica, el polígrafo, poliglota y polímata, Juan Caramuel y Lobkowitz (1606-1682) se interesó y escribió, sin menguas de viveza, en torno a las más variadas disciplinas de aquel entonces: arquitectura, matemáticas, astronomía, filosofía, teología, historia, criptografía, lingüística, poesía y un largo y tendido etcétera.
Y no sólo abordó esos saberes, sino que, gracias a la audaz libertad y originalidad de su ingenio, los hizo variar considerablemente al examinar las motivaciones humanas que sostienen sus aparentemente inmotivados principios y fundamentos. Hombre universal por todas las ciencias que abordó, y singular, por el modo en que lo hizo, Caramuel realizó, en matemáticas, e inspirándose muy probablemente en la numeración náhuatl, la primera descripción de la aritmética binaria, que treinta años después se atribuyó, apelando a la numeración china, Leibniz.
Inventó también los cologaritmos y puso las bases para una teoría de juegos que calculase, a diferencia de Huygens y Pascal, no sólo las probabilidades de ganar o perder una partida, sino también la legitimidad o licitud matemática, jurídica y teológica de cada una de las muchas jugadas que constituyen la equidad o la desigualdad de oportunidades en una sola partida, pues cuando se trata de dinero, dice Caramuel, hay muchas cosas en la apuesta […]; en física, el matritense descubrió la isocronía constante del movimiento pendular […] y, como después también Newton, consideró la caída de los cuerpos graves como una relación entre esos pesados y la redonda tierra, no como un ímpetu en las cosas; en astronomía hizo puntuales observaciones sobre la luna y propuso un particular sistema celeste; en música, […] defendió la división de la octava en doce partes iguales eliminando así, antes que la generalizara Bach […]; en filosofía, el matritense negó, como Spinoza, la existencia de los entes de razón (entia rationis), reduciéndolos a meros entes del lenguaje (entia linguae), además de oponerse al mecanicismo de Descartes […]; en arquitectura, diseñó, sobre una base elíptica, la fachada cóncava de la catedral de Vigevano, una verdadera escenografía teatral de arquitectura barroca; en lingüística, inventó un dialecto metafísico y emprendió la búsqueda de una recta Characteristica Universalis, es decir, intentó rectificar la oblicuidad de las lenguas naturales en una sola escritura universal […]; para un individuo universal, partícula no minúscula del todo, no es la relación entre el sujeto y el objeto, entre el hombre, la sociedad y su mundo, lo que verdaderamente importa sino la relación entre la multiplicidad del Todo y la comunidad de lo Uno, ese es su único, verdadero y eterno amor intelectual, la sola meta de sus muchos, desbordantes y sapientísimos rodeos».