El problema de la identidad en los textos literarios del exilio español
Dra. Clemencia Corte Velasco
Profesora de tiempo completo del Departamento de Letras, Humanidades e Historia del Arte
Hace ochenta años, durante los meses de junio y julio, llegaron al puerto de Veracruz tres barcos que transportaban refugiados españoles: el Sinaia, el Ipanema y el Mexique. Este éxodo se prolongaría hasta 1941 y fue la parte final que había iniciado, en 1937, con la acogida de un grupo de niños que más tarde se conocería como «los niños de Morelia» y con los intelectuales invitados por La Casa de España en México (actual Colegio de México), en 1938. El exilio español de 1939 fue el resultado de la derrota, por parte de la República, de la Guerra civil española y, a pesar de haber sido heterogéneo, pues sus fracciones pertenecían a distintas regiones geográficas, clases sociales, filiaciones políticas y distintos ámbitos laborales, por encima de todo estaba la solidaridad de los migrantes caracterizada por el antifranquismo.
El pasado traumático, a nivel individual y colectivo, marcó la memoria del exilio español permitiendo la identificación como grupo de todos aquellos que lo vivieron. También permitió, a través del discurso en sus diferentes modalidades, la propagación de su experiencia de generación en generación.
En los discursos del exilio el acto de escritura explica, primero, al propio enunciador, y luego al receptor, las causas y penurias de la emigración. Justamente, en el momento de enunciarla, el narrador autoconstruye su identidad. Las reflexiones que hace acerca de la identidad no sólo problematizan al sí mismo y plantean la interrogante en el presente: ¿quién soy?; sino también lo enfrentan con el pasado para poder replantear esta pregunta con el fin de seguir hacia el futuro: ¿quién fui y quién seré?
La mayoría de los investigadores que han estudiado las obras del exilio citan como una característica particular de todas ellas la constante rememoración nostálgica por la tierra perdida. Esa continua recurrencia a la memoria no es sino una forma de confirmación de la identidad. Confirmación, pero a la vez resistencia al cambio natural de identidad ocasionado por la adaptación del exiliado a su nueva vida.
La primera generación de exiliados españoles se enfrentó a una situación trágica en cuanto a su identidad. Aparentemente no sufrieron la pérdida de sus características propias, siguieron sintiéndose españoles, incluso se reafirman como tales al encontrarse fuera de su patria; pero, en el momento en que el ansiado retorno llegó, ya no se reconocieron como españoles, ni España era como la recordaban. Ante sus compatriotas eran diferentes y, sin embargo, tampoco eran reconocidos como mexicanos. La segunda generación de exiliados —la generación hispanomexicana— se siente más afín con la nacionalidad donde se exiliaron sus padres, pero no por ello dejan de reconocer su origen. Experimentan una especie de doble identidad.
El discurso identitario visto desde la escritura de las memorias y la autobiografía es una forma de acceder a la identidad personal, que muy bien podría constituirse en una metáfora de la identidad social. El proceso de escritura y de creación literaria es una forma de asimilar los hechos del pasado, de reflexionar y encontrar respuestas a preguntas recurrentes. Y en el proceso de búsqueda, si no se encuentran las respuestas, al menos se aprende a aceptar al «otro» que es diferente culturalmente. Después de todo, la identidad de un individuo depende en gran medida de su relación con los otros. Y en ese aprendizaje de aceptar al «otro», también se encuentra implícita la aceptación de nosotros mismos. Tal vez éste sea el principio que nos permita encontrar la respuesta a nuestra propia identidad.