Expresiones UDLAP

De contagios y enfermedades

Dra. Clemencia Corte Velasco

Profesora de tiempo completo del Departamento de Letras, Humanidades e Historia del Arte

clemencia.corte@udlap.mx

 

En esta época de reclusión para evitar el contagio, observamos en algunas obras narrativas algunos casos particulares de enfermedades que en su momento resultaron altamente mortales.

Pienso en el siglo XIX, de manera particular en el relato El aguinaldo de Evangelina de Laura Méndez de Cuenca (1853-1928), publicado por primera vez en El Mundo. Edición diaria, México, el 1 de enero de 1897, y posteriormente recopilado en Simplezas (París, 1910; México, 1983). Su autora, mejor conocida como poeta, en su juventud sostuvo una relación amorosa con Manuel Acuña (1849-1873) y posteriormente contrajo matrimonio con el también poeta Agustín F. Cuenca (1850-1884). Al quedar viuda, Laura estudió y obtuvo el título de maestra. En julio de 1891, se fue con sus dos hijos a vivir a la ciudad de San Francisco, California, en los Estados Unidos, donde vivió nueve años. Durante este periodo,

escribió el cuento que nos interesa comentar.

El aguinaldo de Evangelina, relata la historia de una niña huérfana de nueve años que vive con su tía abuela. El cuento se desarrolla una semana antes de Navidad, cuando Evangelina va a visitar a unas amigas que vivían lejos de su casa. Su tía abuela le encarga un medicamento, de manera que Evangelina, antes de ir a la casa de sus amigas, se dirige al centro comercial donde se distrae un buen tiempo con todos los aparadores arreglados por la época navideña. La botica ofrecía el regalo de una muñeca a quien hiciera una compra mínima de veinte centavos, así que Evangelina se formó para comprar el encargo de su tía y recibir el regalo.

Cuando llega a la casa de sus amigas, se encuentra con la noticia de que Perla, la hermana menor, está enferma. Evangelina pide permiso para saludarla con la intención de prestarle la muñeca, pues no podía salir a jugar. «Perla besó repetidas veces a la muñeca y la acostó a su lado; quiso hablar, pero le vino un acceso de tos que la hizo palidecer y caer fatigada sobre el almohadón». Un par de horas después, Evangelina regresó a su casa con la muñeca a cuestas, en medio de una llovizna invernal. El día de la visita había sido sábado; al otro día, Evangelina amaneció resfriada, pero el lunes fue necesaria la visita de un médico. La pequeña prometió que se tomaría todas las medicinas porque quería estar sana para el siguiente viernes que era la víspera de Navidad. Tenía la ilusión de asistir ese día a la escuela pues su maestra les leería un cuento y les repartiría dulces y regalos de parte de Santa Claus.

No fue posible que Evangelina asistiera a la escuela ese día porque, a pesar de tomar los medicamentos, la niña sentía que la ahorcaban y en un letargo empezó a tener visiones que parecían sueños: veía a Santa Claus jugando con los niños y después veía que sacaba un papel que clavaba en la puerta de su casa diciendo «… este es el aguinaldo de Evangelina». Al leer lo que decía el letrero, la gente se alejaba despavorida, pero Evangelina no distinguía lo que decía. Después veía a su papá y a su mamá que le quitaban el dogal que le apretaba la garganta. También veía a Perla y a otras amiguitas que la recibían cantando una melodiosa música. Evangelina buscaba a su tía abuela y alcanzó a verla muy lejos, sollozando ante un lecho.

El letrero colgado en la puerta de la casa de Evangelina decía: ¡Difteria!

 

 

 

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